No está torneado. No está impreso. No está fabricado en masa.
Este centro de mesa fue moldeado a mano, en horma de madera, y secado al sol como se hace con las cosas que llevan tiempo y oficio.
La vaqueta es gruesa, firme, con ese tacto que no se olvida y ese color que solo se consigue dejando que el cuero hable por sí solo.
Los bordes no son perfectos. Son orgánicos, naturales, únicos. Como las hojas secas, como la tierra rajada. Como lo real.
Sirve para lo que vos quieras: las llaves, las monedas, el pan del mediodía, las cosas que no sabés dónde poner pero que merecen un buen lugar.
Pero sobre todo, sirve para dar presencia. Para contar una historia sobre tu mesa. Para que se note que ahí vive alguien que aprecia lo bien hecho.
No es livianito. No es frágil.
Es cuero que se plantó y se quedó con esa forma porque vos lo moldeaste o alguien lo hizo por vos.
Una pieza con alma.
De esas que no pasan desapercibidas.
Y que no se tiran jamás.
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